2008-03-03

El libro

"El capitán acababa de ordenar a sus soldados una corta retirada ante el ataque de aquellos orcos de tamaño descomunal. No veía confrontación posible que les diera ventaja alguna ante aquellas bestias, y no era momento de perder. En ese instante, un sonido seco se hizo escuchar por todos los presentes, y cientos de gotas de sangre comenzaron a caer alrededor del caballo del capitán, cuando éste..."

-¿Qué lees?

-¿Perdón?

-¿Que qué estás leyendo?

-Nada de tu incumbencia.

-¿Nada de mi incumbencia porque piensas que no me pudiera interesar lo que lees? ¿O porque piensas que soy un tipo cualquiera que sólo quiere sacarte conversación por ver si te levanto?

-Por metiche.

-Por metiche. No, eso no creo que sea la manera de denominarlo. A ver, déjame revisar... "Entremetido. Dicho de una persona: Que tiene costumbre de meterse donde no la llaman.". No, definitivamente esa no es la razón, sino simple curiosidad.

-¿Me quieres explicar, si tienes tu propio libro para leer, cuál es tu interés en el mío???

-¿Leer? No, sólo tiene historias extremadamente cortas y sin conexión alguna. En cambio, el tuyo sí que estoy seguro que tiene unas buenas historias que contar.

-Está en inglés, idiota.

-Ah, bueno, quizá haga falta un diccionario de inglés, pero eso no sería problema.

-Oye, ¿Que no tienes nadie más en este autobus a quién preguntarle por lo que está leyendo???

-Es que ese es el libro que me interesa. Lo reconocí por la carátula.

-Entonces, si sabes qué leo, ¿para qué demonios me preguntas???

-Porque era la única manera de sacarte conversación sobre el libro.

-¿Sacarme conversación sobre el libro?

-Sí. Es que, casualmente, traigo en mi maleta el tercer tomo de esa trilogía, el cual, según sé, ya no se consigue, y justamente en inglés. Voy a donarlo a la biblioteca de mi escuela, pero cuando te vi leyendo el segundo tomo, pues pensé regalártelo mejor a ti. Lástima. Llegó mi parada. Aquí me bajo. ¡Chau!

Y en el autobús se quedó la chica, atónita y sin poder decir palabra ni articular movimiento alguno. Aún podía verlo en la acera, igual de sonreido que al principio, volteándose un momento para despedirse con el típico gesto de la mano al aire

...y con ese gesto también se iba el tercer tomo de su historia favorita, el cual había buscado durante demasiados meses, sin poder hallarlo a la venta en ninguna parte. De nuevo, se quedaba sin poder saber si el capitán quedaba vivo... o no.

2008-03-02

Ella

-Anda, ven.

Decía con esa voz suya.

-No, no creo...-le respondí.

-Vamos. Tienes que seguir la vida y no puedes dejar de disfrutarla sólo porque yo esté ahí.

-No, no es eso, en serio.

Claro que era eso. No sé cómo hace para conocerme así. Quería insultarla, decirle bicha, perra... cualquiera vaina de esas, pero lo juro, no podía, no había insulto que pudiera salirme de las entrañas y que se pudiera aplicar a ella. En cambio, hacia mi mismo, sí me salían unos cuantos.

-Ya deja la cosa y vente.

Sin yo poder poner demasiada resistencia, ella ya estaba llevándome, halándome la mano, y mis pies la seguían sin mucha resistencia. Ah, esa mano tibia que en tanto tiempo no había sentido. ¿Por qué? ¿Por qué me lo hace justo ahora?

-En serio, tengo exámenes esta semana, y de verdad tengo que estudiar.

No sé cómo lo logré, pero me detuve. Y la solté. Y me insulté por hacerlo, pero también me grité un ¡Hurra!

-Ah, tú siempre igual con tus exámenes. Tanta preocupación y luego revientas la materia. No, señor. Con más razón aún tienes que venir. Tú sabes que tengo razón. Te tienes que desconectar de esos libros y vivir un poco más.

Y allí me quedé, medio mudo. Porque sí, ella siempre tenía razón cuando hablaba de mi. Ella supo cuándo iniciar y cuándo terminar. Siempre ha sabido qué me conviene y qué no, qué debo cambiar, cuáles decisiones tomar. Creo que incluso me va a escoger mi próxima novia. Y yo lo único que quiero es que vuelva a ser ella.

-Está bien. -le dije- Creo que puedo estudiar más tarde.

-¡Bravo!

Saltó de emoción y me dio un beso... en el cachete, pero demasiado cerca de la boca. Casi pude sentir sus labios. Me lanzó una de sus miradas coquetas, luego se sonrió sólo como ella sabe hacer para que yo no piense en nada más y salió corriendo.

-¡Te espero en la parada!- Logré escuchar que me dijo.

Maldición. Me lo hizo otra vez. Me dejó en el medio de todas mis emociones, tirado de nuevo. Es que ¿cómo se puede ser tan dulce y cercana y luego desaparecer en un dos por tres? Lo juro que no la entiendo. Debe ser eso lo que me trae tan idiota con ella.

Todos los días me digo que seré fuerte, que no sucumbiré. Pero basta conque nos veamos en alguna clase que coincidamos para que me pierda, se me nuble la mente y vuelva a estar en el mismo lugar de pendejo en el que estoy ahora.

Por seguirle la corriente como el propio idiota es que estoy donde me dejó. Estoy seguro. Por idiota y cobarde. Pero es que, ¿y cómo decirle que no? Si incluso una parte de mi quedó lo suficientemente emocionada como para avergonzar mi caminar.

Y aquí estoy de nuevo. Siguiendo un rumbo ciego hacia el masoquismo total. Una salida de grupo. Y seguro que va el imbécil ese al que le anda haciendo ojitos. El coño de su madre. Ese pendejo que dice ser su amigo y seguro que lo único que quiere es cogérsela y la manda luego al mismo carajo. Pero más pendeja ella si se deja. Eso sí. Ay... pero es que la toca, y ¡le parto el alma! Porque yo sé que puedo partirle el alma. Él me cree muy estúpido y que no me doy cuenta de nada, pero ya verá... no se lo va a esperar.

-Qué bueno que te encuentro.

-¿Ah?- estaba a medio camino hacia la aparada de autobuses cuando me alcanzó y me apartó de él.

-Sí, vente conmigo, que nos vamos en carro.

-¿En carro? ¿Con quién?

-Con uno de los muchachos. Tú ven conmigo.

A mi me estaba oliendo raro que no me dijera con quien. Y tenía razón en sospechar. Demasiadas risitas le oía mientras caminábamos. Y esos ojos abiertos que tenía, brillosos, y tan hermosos... y por ese güevón. Porque yo lo sabía. Él, el hijito de papás ese, era quien nos llevaría.

-Qué más panita. ¿Carlos, es que te llamas? -me saludó, el muy bestia.

-Sí, ¿Qué más, Ignacio? - le alcancé la mano para dar el saludo de costumbre. Maldita humillación. No sólo irnos con él, sino que, cuando le estoy dando el apretón de manos, por más que hice esfuerzos, el tipo pudo más que yo. Aún me duele en el orgullo de recordarlo.

-Bueno, vamos entrando que se nos hace tarde. Creo que no vas a tener muchos problemas con el asiento trasero, porque no eres muy alto que digamos.- dijo el muy pendejo.

Y la vi reírse del chiste, aguantándose, pero se reía. ¿Por qué estoy en esto? ¿Por qué no puedo decirle cuatro vainas al maricón este y largarme? Y llevármela conmigo y no dejarla sola con este tipo que sólo quiere...

Ah, al fin y al cabo, está lo bastante grandecita como para cuidarse sola, cosa que yo no hago conmigo mismo. Pero también sé lo frágil que es detrás de esa mirada. Debe ser por eso que no me voy. Por pretender cuidarla. Todo un machito que ahora está medio torcido en el asiento de atrás del carro del maricón de Ignacio. Malditos autos deportivos de mierda.

-Yo te hago de copiloto. -Le dijo ella, y luego me lanzó una mirada hasta el hueco de mi confinamiento con su carita de borrego. Yo sé que ella sabía que yo la estaba pasando mal, que me había dado cuenta de lo que le pasaba con Ignacio, pero que no quería que se le notara... tanto... pero tampoco iba a perder la oportunidad. Al menos me puso de mal trío en lugar de mandarme con alguno de los panas de Ignacio, todos tan maricones cómo él. Yo creo que entre ellos se "consuelan", incluso.

A medio camino, me preguntó el malparido -Y entonces, Carlos, Uds. dos son novios, ¿no?

-¡No, vale! -respondió ella de inmediato.- Él y yo somos los mejores amigos.

Yo no tenía voz ni voto en ese carro. Me sentía lo suficientemente mal, además. Sé que tenía el chance de decir muchas cosas que les hubiese aguado la fiestica a ambos, y también sé que lo boté por la ventanilla. Supongo que era a causa de que ella siempre estaba a un paso más allá de mí. O que estaba lo suficientemente hundido en el asiento de mi propia humillación.

Volteé el rostro hacia la carretera, apoyé la cabeza como pude en el asiento, y cerré los ojos. No quería escuchar más nada hasta bajarme.

Al fin llegamos al centro comercial en el que nos reuniríamos. Como odio yo los centros comerciales. Gente estúpida mirando cosas estúpidas que no pueden comprar, queriendo aparentar que sí pueden, y caminando a paso de tortuga, estorbando a todo lo ancho de las caminerías. Me obstinan. Y hoy aún más ese centro comercial. Era el único del que tenía un bonito recuerdo por los helados que ella y yo solíamos comer allí.

El plan perfecto para terminar de volverme una piltrafa, un pobre coleto para arrastrar por el piso, con todo y mugre. Tan arrastrado como en ese momento, que los seguía a los dos caminando detrás, con toda mi ira en él, y mi desesperanza en ella. Veía ese cuerpo de carajita bien formado. Esos senos medio temblorosos al caminar, ese trasero erguido, gracias a los tacones que le alargaban las piernas hasta la gloria. Esa forma de moverse y de batir el pelo, ligeramente ondulado, que sabía lucir tan bien. Y ese rostro que cada vez que posaba su mirada en mi, me deleitaba y me hacía sentir más insignificante aún.

La veía como no paraba de hablarle al maricón, de cualquier cosa. Y él apenas le respondía. Pero sí que la miraba, las tetas, el culo, las piernas. No se le iría la cara de gafo como a mí, pero sí sé que bastante la veía.

Al fin nos encontramos todos.

-¡Epa, Carlos! -De entre los presentes, surgió un viejo y muy buen amigo.

-Tomás, maricón, -no un maricón como los demás, sino un pana de verdad que se merece el mote al saludarlo- ¿qué haces aquí?

-¡Eso pregunto yo! Aunque, bueno, supongo que la culpa es de cierta "individua" que veo por ahí. ¡Qué bolas tienes!

-Marico, no me hables de eso... De verdad, no sé que coño hago aquí. Pero menos mal que tú estás. Ya estaba por cometer asesinato o suicidio.

-Creo que la segunda, jajaja.

-Pendejo.

Tomás, uno de mis mejores panas, antes, durante y después de ella. Así que no tuve que contarle mucho para que entendiera. Y no pasó mucho para enterarme que ella misma le pidió que viniera porque lo iba a necesitar de apoyo. Él no entendió nada de esa invitación en el momento, pero luego ya sabíamos cuál era su intención.

-No la entiendo.¿Para qué coño me trae si sabe que no la voy a pasar bien? Te lo juro que pensé que sería una salida como de menos gente, que podría pasar un rato con ella. Hasta eso me imaginé por un momento. Pero, no. Hay como 20 imbéciles aquí y, encima, te trae a ti también de niñero mío.

Tomás se reía, la estaba pasando en grande el hijoputa ese. Pero yo sé que en el fondo, la hubiese matado a golpes por hacerme esto... si tan sólo ella fuese hombre.

-Chamo, estás bien jodido en la vida.

-Y lo seguiré estando.

Terminamos en un restaurante de esos "juveniles". Tomás y yo nos sentamos medio apartados del resto. Nos aburrían sus cuentos y su comportamiento insulso. ¿Qué coño les veía ella a esa cuerda de manganzones, de verdad? ¿En qué momento se volvió una más de ellos?

Pero algo no estaba bien. Para el tiempo que teníamos ahí, ella no se había aparecido por mis alrededores desde que llegáramos al centro comercial. Eso no estaba bien. Ella nunca dejaba de echarme un ojo, así fuera para lanzarme su malnacida mirada de borrego que me tenía comiendo de su mano.

-Chamo, voy a buscarla... algo raro está pasando -le dije a Tomás.

-Deja la vaina. Lo que deberíamos hacer es irnos. Olvídate de ella.

-No, marico. Es en serio. Ya vengo.

-Ah, verga. Luego no digas que no te lo advertí.

Ya estaba un poco lejos como para escuchar a Tomás. Sólo ponía mi atención en encontrarla, porque ni siquiera la veía, y tampoco al sucio ese del Ignacio. Decidí salir del local, y de pronto la ví de refilón, de camino a los baños. Fui tras ella, y cuando comenzaba a caminar por el pasillo que va a los baños, fue que los vi. La situación no era como muy normal. Creo que ella se le atravesó en el camino, porque él se veía como incómodo. Me acerqué un poco más hasta un punto en que no me vieran, y pude escuchar la conversación.

-Mira, bella, de verdad, vamos a dejar la cosa hasta aquí. Tú me caes chévere y toda la cosa, pero de verdad que esta situación me tiene fastidiado. Si te traje hasta acá, fue sólo porque mi hermana, que es tu mejor amiga, me lo pidió, por más nada. No eres de mi tipo, eso es todo.

-Pero, Ignacio, ¿tú qué sabes...?

-No, chamita, de verdad. Yo además tengo mi jeva, y algo contigo ni se me pasa por la cabeza.

-Pe-Pero...

-Mira, ve y habla con este chamo, Carlos, que se nota que te quiere full y dejemos la cosa hasta aquí, ¿Sí?

Ignacio siguió camino, quitándola del medio con relativa delicadeza, y sin dejarla decirle nada más.

Él no me vió al pasar, pero yo sí la vi como se le iban las lágrimas que intentaba contener. Comenzó a caminar hacia afuera del pasillo, cuando justo me vió. Se quedó impávida. Yo apenas la vi un poco y luego me alejé. No sé por qué, pero no quería estar cerca de ella.

Me fui hacia una de esas placitas del centro comercial para darle tiempo a que volviera al local o se fuera sin encontrarla de camino. Pero no fue suficiente tiempo. La encontré llorando a mitad de camino de regreso. No sé si es que me esperaba, pero no me había acercado mucho a ella cuando levantó el rostro, arrugado de la tristeza que intentaba esconder. Al verme, se acercó de pronto hacia mi.

-Qué estúpida he sido contigo...

-No digas eso.

-...Pero sé que lo puedo arreglar.

Se me abalanzó de pronto. Con sus ojos llorosos que podía sentir de húmedos que estaban. Y me intentó besar.

-No...- le dije, conteniéndola como pude.

Y bien difícil que fue negarme al principio, pero aunque no sé muy bien qué pasó, algo como que cambió en mi. Sentirme tan plato de segunda mesa como que al fin dio en todo el medio de mi orgullo masculino... y tampoco era de mucha honra aceptarle eso estando ella en ese estado.

-¿no?- me preguntó con su voz quebrada.

-No. Yo te sigo queriendo mucho, tú lo sabes, pero como tú misma me dijiste cuando terminaste conmigo, esto se acabó y no hay vuelta atrás.

No recuerdo nunca haber visto ese rostro así de desfigurado por el dolor. Me sentí como el peor por hacerle eso, pero no tenía opción.

La senté en un banquito que había cerca, le di un beso en la cabeza, y allí la dejé por última vez, llorando.

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Inspirado en los escritos de BadBit